La luna de miel se acaba

26/03/2019

Por Rafael Cano Franco
El filósofo griego Aristóteles sentenció alguna vez: “El mejor gobernante es aquel al que el pueblo quiere”. La palabra “quiere” puede entenderse bajo dos interpretaciones: en el sentido de que es el gobernante y/o gobierno que desea tener y lo escoge para ponerlo al frente de un estado; o quiere en el sentido de que le genera una aceptación sentimental, lo admira, respeta y le tiene cariño.

La última acepción cada vez es más difícil conseguir por los políticos, pero siempre aspiran a ella. Por ello ya no es cariño sino aceptación o aprobación lo que los ciudadanos otorgan a sus gobernantes.

La aceptación que hoy tiene un gobernante se mide a través de encuestas y cuando estas no están sesgadas sirven para evaluar el grado de conformidad que un pueblo tiene con las medidas que se han tomado.

Enrique Peña Nieto es el presidente de México cuya popularidad fue la más baja al terminar un sexenio; su gobierno inicio con un 61 por ciento de aprobación, pero a la mitad del sexenio esa cifra se redujo al 34 por ciento con un 64% desaprobándolo; terminó con un 17 por ciento de popularidad, según Mitofsky; el Periódico “Reforma” le dio el 12 por ciento de aprobación al terminar su gobierno.

En retrospectiva, los gobiernos de Vicente Fox y Felipe Calderón, iniciaron y terminaron con buenos porcentajes de evaluación; Fox inició con el 63 por ciento y terminó con un 61 por ciento; Calderón empezó con 62 por ciento y terminó con 52 por ciento.

Curiosamente, el mejor evaluado de todos los mandatarios al finalizar su sexenio es Ernesto Zedillo, quien inició con apenas el 43 por ciento de aprobación y terminó con un muy alto 69 por ciento; es curioso porque le tocó atender el conflicto “zapatista”, el llamado “error de diciembre” y fue el consumador de la aplicación de la política neoliberal que el presidente López Obrador acaba de mandar al panteón.

Los primeros meses de su gobierno, al menos hasta febrero, el presidente Andrés Manuel López Obrador mantiene altas notas aprobatorias en las encuestas; los números más pobres le dan 70 por ciento y los más altos indican tiene el respaldo del 80 por ciento de los mexicanos.

El bono democrático que le otorgaron 30 millones de votos y ganar la elección con el 63 por ciento de las preferencias electorales, dan congruencia a esos números; pero también hay que decirlo, el nivel de la expectativo de bienestar que generó es tan alta, que puede generar un desplome violento en caso de no cumplir.

El viernes de la semana pasada, cuando el presidente López Obrador llegó a Acapulco, Guerrero, para participar en la Convención Bancaria, fue recibido por manifestantes que le lanzaron abucheos y hubo quienes le corearon “Andrés, nos fallaste”.

Eran trabajadoras y madres de familia, en su mayoría, quienes reclamaban el recorte presupuestal para las instancias infantiles quienes con gritos de “¡Fuera, Fuera!” y “¿Dónde está y dónde está, el Presidente que nos iba a apoyar?” hacían sentir su inconformidad en un abucheo generalizado.

Ese fue el preludio de lo que López Obrador viviría al día siguiente, durante la inauguración del estadio de béisbol “Alfredo Harp Helú”, en plena Ciudad de México, bastión morenista y uno de los lugares que más apoyos electorales ha dado al Presidente de México actual.

El abucheo y la rechifla fueron generalizados, al grado que el Presidente López no atinó a más que descalificar los abucheos como parte de una “porra Fifí”.

Un par de abucheos no determinan una baja en la aceptación que tiene el presidente López Obrador, pueden ser cuestiones anecdóticas sin mayor trascendencia, pero tampoco pueden ser minimizadas y considerarlas parte de un grupo antagónico que se organizó para darle esa rechifla.

Hay muchos elementos que pueden ser erosivos en la popularidad de un gobernante: aumentos de precios en insumos y canasta básica, cancelaciones presupuestales de programas sociales de alto impacto, cancelar obras estratégicas de inversión, malas decisiones que comprometen el desarrollo a futuro, descalificaciones a los opositores, exposición excesiva e innecesaria en medios de comunicación, contradicciones entre el gobernante y su equipo cercano; López Obrador ha tocado todos esos botones, es obvio que no puede salir indemne.

Son apenas cuatro meses de gobierno, con un equipo legislativo y gubernamental que no le ayudan mucho; dedicados a polarizar y hacer sentir su razón por encima de la de las mayorías; eso no le va ayudar mucho en el futuro y de seguir por ese camino su popularidad puede sufrir una violenta recaída.

Un gobierno de transición, que promueve un cambio tan radical como el de la 4T, no puede darse el lujo de irse en picada en la aprobación ciudadana antes de las elecciones intermedias, tal y como le pasó a Peña Nieto, y menos si quieren ir más allá de un sexenio como parece ser es la intención.

Por lo pronto el abucheo no le gustó, pero puede ser una luz en el tablero del gobierno avisándole de que hay 50 millones de mexicanos que no votaron por él y que no están contentos con sus decisiones.

Rafael Cano Franco es reportero y conductor de noticias, también preside el Foro Nacional de Periodistas y Comunicadores A.C.

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